Yaiza
Hay una armonía discreta en la forma en que Yaiza recorre el paisaje de Oromana. La luz, caprichosa y baja, recorta su silueta y dibuja destellos dorados en el aire, como si el día hubiera querido vestirse de fotografía. Camina despacio, sin urgencia, y eso basta para que todo a su alrededor parezca detenerse un momento. Su simpatía asoma sin alardes, como una brisa que suaviza todo lo que toca. Hay calma en sus movimientos, equilibrio en la manera de mirar, y un leve brillo en los ojos que sugiere que está pensando en algo bonito. La cámara, en lugar de buscarla, la acompaña; y ella, sin darse importancia, transforma el paseo en un pequeño relato sin palabras. Yaiza no busca ser protagonista, pero las imágenes insisten en mirarla como si lo fuera.










