Sergio
Sergio se sube al barco como si fuera suyo, con esa desfachatez encantadora de quien sabe que la vida —y el mar— están para disfrutarlos. El traje de marinero apenas contiene su energía: ríe, pregunta, se mueve de un lado a otro como si el viento le hablara al oído. En la playa, el horizonte no lo distrae, lo impulsa; corre, salta, se agacha a recoger conchas como si buscara tesoros antiguos. Hay algo en él de personaje de novela de aventuras, de esos que no se callan ni debajo del agua y que terminan haciendo reír incluso a los más serios. Su simpatía no pide permiso y su picardía no molesta: simplemente ocurre, como las olas, como el sol de Huelva que le dibuja reflejos dorados en el pelo mojado. A veces mira de reojo, con esa media sonrisa que no confiesa nada… pero lo dice todo.











