Irene

Irene parece surgir del propio paisaje de Oromana, como si formara parte de ese equilibrio sereno entre el río, los molinos y la luz que se filtra entre los árboles. En algunas imágenes, su presencia se funde con el entorno de tal forma que todo adquiere un aire onírico, como si el tiempo se hubiese detenido sólo para observarla. Su belleza, serena y luminosa, no se impone: envuelve. Hay algo en su forma de estar que transforma lo cotidiano en escena, lo real en cuento. El agua refleja su silueta, la piedra antigua de los caminos enmarca sus pasos, y la brisa parece acariciar su vestido con delicadeza. Irene no necesita artificios; cada gesto suyo, cada mirada suave, construye una historia íntima y suspendida. El reportaje se convierte así en un paseo silencioso por la infancia, donde la luz, el paisaje y ella se entienden sin decir una palabra.

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