Inés
Inés camina entre los arcos y baldosas de la Plaza de España con una gracia serena, como si aquel lugar la hubiera estado esperando. Su vestido clásico, impecable, y el recogido pulcro de su cabello no hacen sino reforzar esa imagen atemporal que desprende en cada gesto. Hay algo en su forma de mirar —lánguida, suave, casi como si pensara en otro tiempo— que detiene la prisa del entorno. Pero junto a esa quietud, aparece la chispa de su simpatía, natural y cálida, que ilumina el reportaje como un destello entre sombras. En el parque de María Luisa, el juego de luces entre los árboles acaricia su figura, y cada fotografía parece contar una historia distinta. A veces mira a la cámara, a veces simplemente está, sin forzar, sin pretender. Inés no se impone: se queda. Como esas imágenes que no se olvidan, aunque pasen los años.











