Candela

Candela pasea por el parque de María Luisa como quien atraviesa un lugar que ya ha visitado en sus sueños. Hay en su forma de mirar —atenta, un poco esquiva— una imaginación que parece encendida todo el tiempo, como si cada banco, cada paloma o cada fuente guardara un secreto que sólo ella entiende. Entre los senderos y la vegetación espesa, su silencio no pesa: acompaña, envuelve, invita a mirar más allá de lo evidente. En la Plaza de España, la solemnidad de los edificios curvos se rinde por un instante a la delicadeza de su presencia. No necesita grandes gestos; su forma de estar ya es una historia que se despliega sola, sin pedir permiso. A veces, parece que posa, pero es un juego sutil, como quien imagina más que representa. Las fotografías no captan una escena, sino una posibilidad: la de una niña que ve el mundo a su manera, y que empieza a escribirlo sin palabras.

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