Alejandra

Alejandra juega con el aire como si pudiera retener el tiempo entre las manos. En el parque de Oromana, las pompas de jabón flotan como diminutos espejismos que estallan antes de tocar el suelo, igual que lo hacen los días de la infancia cuando empiezan a convertirse en recuerdo. Ella posa, sí, como una modelo de pasarela imaginaria, imitando gestos que ha visto en algún rincón de la televisión o en los espejos de casa, pero lo hace con la frágil certeza de quien aún no sabe del todo lo que está imitando. Y esa es precisamente su magia. Hay en su mirada una mezcla de juego y deseo de crecer, y en su risa, la insistencia de no hacerlo demasiado deprisa. El parque, cómplice, guarda cada uno de esos gestos efímeros como quien archiva secretos preciosos. Cada fotografía es una burbuja detenida en el aire: belleza, fugacidad, y un atisbo de futuro.

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